sábado, 10 de diciembre de 2011

Huellas

Ti -ti-ti-ti, ti-ti-ti-ti, ti-ti-ti-ti... ya tititiaban las cinco de la mañana, llena de frío y silencio, recordé que esa madrugada de lunes había empezado el viernes en la noche mientras dejaba en el asfalto el verde de la pintura que chorreaba sobre las llantas de mi monareta. Quién iba a pensar el trabajo que me costaría arrancar las costras de pintura que se abrazaban al caucho y metal de mi monita como si se hubiesen soldado para siempre, cuatro compañeros más en sus bicicletas me acompañaban y aunque no recuerdo sus nombres sí el color de sus huellas: amarillo, violeta, rojo, azul.
Diez y pico de la noche, los tarros de pintura estaban justamente dispuestos con cinta o pita a las bicicletas de manera que cayera un haz de pintura sobre las llantas, empezaron a rodar y rodar los colores, desde el caballo de Bolívar  quedaban las huellas: verdes, rojas, violetas, amarillas y azules, por la veintisiete hasta la glorieta del estadio, vueltas, vueltas y la pintura parecía acabarse con la noche y nuestras huellas se quedaban con el viento.
Después de un par de cervezas empecé a preguntarme qué hora era, sorprendida noté que de ese viernes no quedaba ni el rostro de su noche, decidí que era bueno ir a mi cama cerrar los ojos para ver qué pasaba, pero antes recosté mi monareta en el lugar de siempre junto a mi habitación con la promesa de un buen baño al día siguiente... pero hay promesas que no se cumplen o se olvidan y el tiempo pasa. ¿Ya les dije que ese lunes muy temprano un ti-ti-ti-ti, ti-ti-ti-ti calaba mis oídos? Bueno, ese chillido  me recordó que tenía clase a las ocho de la mañana, que probablemente no pasaría nada extraño, que no haría nada fuera de las rutinas que se hacen necesarias y cotidianas, cuando de un salto salí de la cama, pues recordé que tenía que bañar la monita, que así no me podía llevar a la universidad y despertaban las cinco y diez de la mañana mientra me veo con jabón y cepillo en mano lavando la monareta, pasaba el tiempo llegué a pensar que se me iba a hacer  tan tarde que no podría llegar a clase, decidí ya dejarla como estaba, pequeños detalles verdes que yendo rápido no se notarían, pues solo parecían las chispitas de un estornudo color verde... cuando llegué a la universidad, frente al edificio Camilo Torres estaba una compañera bicicleta embarrada de colores que decidió quedarse en el viernes mientras me recordaba que ese lunes, pa mí, había empezado desde ese viernes cubierto de noche.





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