Mientras conversábamos en la cocina mamá mi prima y yo, les pregunté: ¿qué oficio consideraban extraño o poco común?, pero antes de cualquier posible respuesta a mi pregunta mamá dijo, en un grito más de preocupación: - ¡La carne y la empella para los tamales, córranle, que si vamos más tarde ya no encuentran ni al pesero!.- me termino el tintico y vamos- dije, no se afane que para diciembre matan más marranos sin importar que no sea sábado, pero como las mamás parecen haber hecho curso de brujas, efectivamente ya era muy tarde, cuando llegamos a la casa de mercado solo los huesos colgaban de los ganchos brillantes, pero don Toño nos dijo que en la tarde, en su casa, iban a matar más, que fuera o fuéramos hasta allá, que era fijo que iba a encontrar, de pronto pensé que matar marranos no es un oficio común y además nada fácil, supongo también que matar a estos animales implica algunos secretos que solo se revelan a unos pocos, es un oficio que se hereda.
Cuando llegué a la casa de don Toño me sorprendió ver a su hijo de 13 años con un cuchillo más grande que su infancia, sus ropas llenas de sangre y dos marranos ya muertos, uno tirado en el patio babeando sanguaza, y otro enterito colgando de un garabato que se deslizaba por su garganta y le nacía por la boca, al lado de Leito, estaban sonrientes tres generaciones que ahora determinaban el futuro de aquel muchachito ensangrentado, que con una sonrisa empezaba a hundir el cuchillo suavemente entre la piel del marrano.
El niño gustoso se me acercó y me preguntó que cuánta carne iba a llevar, me demoré un poco en contestarle, repetí las palabras de mamá, como cuando uno repite de la casa a la tienda una retahíla de palabras en forma de canto todos los encargos para que no se le olvide nada del mandado, parecía no tenerle miedo a la muerte, no me atreví preguntarle nada, mientras el niño cortaba la pesa de carne y la empella, su papá, su nono y su tío lo felicitaban, le auguraban su futuro y le garantizaban un lugar en la plaza de carnes.
Quise preguntar tantas cosas que mi lengua se enredó, quise preguntarles si alguien ajeno podía entrar a aprender el oficio, quise preguntar… pero la imagen de Leíto no me dejó, pagué y me fui, llegué a la casa y mamá me recibió con la satisfacción del deber cumplido, los tamales ya tendrían carne.