lunes, 16 de abril de 2012

A todo marrano le llega su sábado



Mientras conversábamos en la cocina mamá mi prima y yo, les pregunté: ¿qué oficio consideraban extraño o poco común?, pero antes de cualquier posible respuesta a mi pregunta mamá dijo, en un grito más de preocupación: - ¡La carne y la empella para los tamales, córranle, que si vamos más tarde ya no encuentran ni al pesero!.- me termino el tintico y vamos- dije, no se afane que para diciembre matan más marranos sin importar que no sea sábado, pero como las mamás parecen haber hecho curso de brujas, efectivamente ya era muy tarde, cuando llegamos a la casa de mercado solo los huesos colgaban de los ganchos brillantes, pero don Toño nos dijo que en la tarde, en su casa, iban a matar más, que fuera o fuéramos hasta allá, que era fijo que iba a encontrar, de pronto pensé que matar marranos no es un oficio común y además nada fácil, supongo también que matar a estos animales implica algunos secretos que solo se revelan a unos pocos, es un oficio que se hereda.
Cuando llegué a la casa de don Toño me sorprendió ver a su hijo de 13 años con un cuchillo más grande que su infancia, sus ropas llenas de sangre y dos marranos ya  muertos, uno tirado en el patio babeando sanguaza, y otro enterito colgando de un garabato que se deslizaba por su garganta y le nacía por la boca, al lado de Leito, estaban sonrientes tres generaciones que ahora determinaban el futuro de aquel muchachito ensangrentado, que con una sonrisa empezaba a hundir el cuchillo suavemente entre la piel del marrano.
El niño gustoso se me acercó y me preguntó que cuánta carne iba a llevar, me demoré un poco en contestarle, repetí las palabras de mamá, como cuando uno repite de la casa a la tienda una retahíla de palabras en forma de canto todos los encargos para que no se le olvide nada del mandado, parecía no tenerle miedo a la muerte, no me atreví preguntarle nada, mientras el niño cortaba la pesa de carne y la empella, su papá, su nono y su tío lo felicitaban, le auguraban su futuro y le garantizaban un lugar en la plaza de carnes.
Quise preguntar tantas cosas que mi lengua se enredó, quise preguntarles si alguien ajeno podía entrar a aprender el oficio, quise preguntar… pero la imagen de Leíto no me dejó, pagué y me fui, llegué a la casa y mamá me recibió con la satisfacción del deber cumplido, los tamales ya tendrían carne. 


¿Estudias o trabajas?


¿Estudias o trabajas? Preguntas tan básicas de hombres tan básicos cuando quieren acercarse a una mujer, como si una condición excluyera a la otra, me decía Ángeli un martes por la tarde, cuando conversábamos sobre las dificultades o beneficios de trabajar mientras se está estudiando, además de las implicaciones reales y directas sobre la manera de concebir el mundo.
Y ella continuaba: la búsqueda constante entre el equilibrio laboral y académico no es nada sencillo, tener que llegar cansada, casi rendida a la casa a preparar el almuerzo del siguiente día, a leer las copias, porque siempre hay algo por hacer, algo por leer, etc., y yo digo ¡mierda, qué conveniente me vendría un día de más que sea 36 horas! pareciera que el día  junto con la noche se van y yo no logro alcanzarlos.
Durante la mañana, cuatro días a la semana se pintaba una sonrisa en el rostro mientras permanecía detrás de una caja registradora, y como si le dieran play a un disco en ella, una retahíla se recitaba ya casi de manera inconsciente  Buenos días, tiene tarjeta puntos para luego finalizar  desea comprar una gotica, mientras en las palabras de Ángeli aparecía un sentimiento de indignación su mirada se mostraba a la vez resignada y sus manos decían: no tengo otra opción, y yo en silencio,  y a veces ya no eran solo goticas sino: que un bono estudiantil o un bono pa’ mercados, bonos de lo que sea para colaborar con cuanto damnificado va apareciendo, y eso no es que esté mal, todo lo contrario, pensar en que es posible ayudar a alguien que lo necesite me parece un sentimiento fundamental, lo deprimente del asunto es que a los que nos toca poner la cara es a los que estamos detrás de la caja, nos obligan a vender cierta cantidad de esas benditas goticas o bonos pendejos o si no, no somos empleados eficientes, luego prescindibles. Sus palabras una detrás de otra hilaban una historia que se repite en y tantos personajes que como ella juegan a vivir, y que como lograba entenderle, no tienen otra opción.

¿Y la academia?, le pregunté, “todo está cuadrado, solo puedo ver cuatro o tres materias por semestre, y prefiero no pensar en el tiempo que me gastaré en terminar la carrera, y ¿quién creyera?, así, como las tortugas, ya voy en quinto semestre y cuando me gradúe estoy segura de que todo, de alguna manera, será más tranquilo”. Se ríe mientras recuerda la pregunta que hacen algunos hombres cuando intentan coquetear, a la que ella se refería al inicio de la conversa y dijo con cierto tono burlón, lo que hace falta es contestarles con un ¡y a usted qué le importa! Respuestas agresivas disminuyen las preguntas tontas, nos reímos un rato, miramos la hora y ella tenía que irse,  el día ya le había cogido ventaja.

domingo, 15 de abril de 2012

¿Irving qué?


¿preparamos un tintico?



Usted pensará que un agüita pintada de café, un tintico,  resulta muy sencillo de preparar, ¡PERO NO!, el café que prefiero está determinado por la medida de mis ojos, la amargura perfecta se viste de un tono  bien oscuro, pero no puede ser definitivo y absolutamente negro, ni nunca tan claro que pueda verse su fondo, solo un color tinto oscuro… es preciso echar el agua en una olleta, ojalá regalada, ponerla a fuego alto hasta que burbujee y apagar, hay quienes le ponen azúcar, no es recomendable, pues ya no sería más que una máscara dulzona de un tinto que disfraza sus colores lascivamente amargos…
Ellas, las burbujas, se ocultarán en su mismo calor  listas para recibir la cantidad de café que las coloree lo suficiente, es de vital importancia que el café no sea instantáneo, pues el siguiente paso es fundamental en el resultado que se espera… cuando como yo, no se tiene un colador, manguita o telita para colar, se aconseja rociar un poquitín de agua fría sobre la mezcla de café y agua cliente está en la olleta para acelerar el proceso de asentamiento sin que se enfríe totalmente, y si se quiere, trazar una cruz con una cuchara, ojalá de palo, sino, las otras también pueden ayudar, esto por alguna razón mágica funciona…
Cuando se cree todo terminado, nos enfrentamos a la ceremonia de servirlo, se debe tener tanto cuidado como con los pasos anteriores, pues es posible fracasar en el intento… pues los granos de café se niegan a ser simplemente un ripio que debe resignarse al asiento de la olleta, ellos intentarán por todos sus medios aferrarse a lo que alguna vez fueron burbujas ahora pintadas, luego tiene que hacerlo con tanta delicadeza que los granos de café, ya exprimidos, no se den cuenta de que se está vaciando  la olleta.
La taza en que se vierta el amargo tinto café caliente debe ser del tamaño que deseo, en el que me enseñó a tomar mi madre, en un pocillo chocolatero… llenarlo ojalá hasta el borde, que le humo recorra todo su rostro, lo abrigue con su olor y empañe los vidrios de las gafas, si es que usa.
El tiempo perfecto para un tintico es justo cuando su lengua se lo reclame, que para mí es cualquiera… ahora, ¿qué tal un tintico?